El primer servicio correspondiente al Sábado Santo – llamado en la Iglesia el Bendito Sabbat – son las Visperas del Viernes Santo. Que son usualmente celebradas a media tarde para conmemorar la sepultura de Jesús.
Antes que comience el servicio, una “tumba” es colocada en el centro de la iglesia y es decorada con flores. Un icono especial que esta pintado sobre tela (en griego: epitafios; en eslavo: plaschanitsa) que representa la muerte del Salvador se coloca en la mesa del altar. En español puede llamarse sudario o mortaja.
Las Vísperas comienzan como usualmente con himnos acerca del sufrimiento y muerte de Cristo. Después de la entrada con el Evangeliario y el canto de Radiante Luz, se leen extractos del Éxodo, Job, e Isaías. Se agrega la lectura de la 1ra. Epístola a los Corintios (1:18-31), y el Evangelio que contiene selecciones de los cuatro relatos de la crucifixión y sepultura de Cristo es leído una vez más. El proquímeno y el aleluya provienen de los salmos, que se escucharon durante el Viernes Santo, y que contienen un significado profético:
Partieron entre sí mis vestidos: y sobre mi ropa echaron suertes. (Salmo 22:18)
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has dejado? (Salmo 22:1)
Me has puesto en el hoyo profundo, En tinieblas, en profundidades. (Salmo 88:6)
Después de más himnos que glorifican la muerte de Cristo, mientras el coro canta el himno de San Simeón, el sacerdote se viste completamente con sus ornamentos de color oscuro, e inciensa el sudario que todavía se encuentra sobre la mesa en el altar. Después del Padre nuestro, mientras se canta el Tropario del día, el sacerdote va alrededor de la mesa del altar llevando sobre su cabeza el epitafio y saliendo del altar lo coloca en la tumba en medio de la Iglesia para ser venerado por los fieles.
El noble José, habiendo bajado Tu inmaculado cuerpo de Madero, lo envolvió en lino puro y especias, y lamentándose, lo coloco en una tumba nueva (Tropario del Sábado Santo).
Los Maitines del Sábado Santo son usualmente celebrados el viernes por la noche. Comienzan de manera usual con el canto de Dios es el Señor, el Tropario de el Noble José, y los siguientes troparios:
Cuando descendiste a la muerte, oh Vida Inmortal, diste muerte al infierno con la brillantez de tu Deidad. Y cuando en las entrañas de la tierra levantaste a los muertos, todas las potestades celestiales exclamaron: oh Dador de Vida, Cristo Dios nuestro, gloria a Ti.
El ángel estando junto a la tumba exclamo a las mujeres: la mirra es propia de los muertos, mas Cristo se ha mostrado a sí mismo ajeno a la corrupción.
En lugar de la lectura del salmo regular, el salmo 119 es leído por completo cantando versos alabando la muerte del Salvador entre cada una de sus líneas. Este particular salmo es el icono verbal de Jesús, el hombre justo cuya vida esta en las manos de Dios y quien, por lo tanto, no puede permanecer muerto. Las Alabanzas, como son llamados los versos, glorifican a Dios como “La Resurrección y la Vida,” y se maravillan ante su humilde condescendencia en la muerte.
Hay en la persona de Jesucristo la unificación perfecta del amor perfecto del hombre hacia Dios y el perfecto amor de Dios hacia el hombre. Es este divino amor humano el que es contemplado y alabado sobre la tumba del Salvador. Mientras se continúa con la lectura las Alabanzas se hacen más cortas y gradualmente se concentran en la victoria final del Señor, viniendo entonces hacia una conclusión propia:
He deseado Tu salvación, Señor, Tu ley es mi delicia (Salmo 119:174)
La mente esta temerosa ante tu temible y extraño sepulcro.
Viva mi alma y te alabe, y tus juicios me ayuden (Salmo 119:175)
Las mujeres con especias vinieron temprano en la mañana a ungirte.
Yo me perdí, como oveja que se pierde: busca a tu siervo, porque no me he olvidado de tus mandamientos. (119:176)
¡Con Tu resurrección concede paz a la Iglesia y salvación a Tu pueblo!
Después de la glorificación final a la Trinidad, la iglesia se ilumina y el primer anuncio de las mujeres viniendo a la tumba resuena en la congregación mientras el celebrante inciensa la iglesia entera. Aquí por vez primera viene la clara proclamación de las buenas noticias de la salvación en la resurrección de Cristo.
El canon cantado en los Maitines continúa la alabanza de la victoria de Cristo sobre la muerte por su propia muerte, y usa cada uno de los canticos del Antiguo Testamente como imágenes prefigurativas de la salvación final del hombre a través de Jesús. Aquí por vez primera emerge la indicación que este Sabbat este particular Sábado en el que Cristo yace muerto – es verdaderamente el más bendito día séptimo que jamás haya existido. Este es el día en el que Cristo descansa de su obra de regeneración del mundo. Este es el día en que el Verbo de Dios “por quien todas las cosas fueron hechas” (Juan 1:3) descansa como un hombre muerto en el sepulcro, salvando al mundo de su propia autoría y abriendo las tumbas:
Este es el más bendito Sabbat en el cual Cristo duerme, mas se levantará de nuevo en el tercer día. (Contaquio e Icos)
Y de nuevo el canon termina con una nota final acerca de la Victoria de Cristo.
No te lamentes por mí, Madre, al mirarme en la tumba, el hijo el cual diste a luz de una concepción sin simiente, porque Yo me levantaré y seré glorificado, y como Dios exaltaré incesantemente con gloria, a todos aquellos que con fe y amor te glorifiquen (Oda Novena del Canon)
Mientras se siguen leyendo más versos de las alabanzas, el celebrante se reviste otra vez con sus ornamentos oscuros y, mientras se canta la gran doxología, inciensa de nuevo la tumba del Señor. Después mientras la congregación con velas encendidas repite continuamente el canto del Trisagio, los fieles – guiados por su pastor que lleva el Evangeliario en sus manos y el epitafio sostenido sobre su cabeza – van en procesión alrededor de la iglesia. Esta procesión da testimonio de la victoria total de Cristo sobre los poderes de la oscuridad y la muerte. El universo entero es limpiado, redimido y restaurado por la entrada de la Vida del Mundo en la muerte.
Mientras la procesión regresa hacia adentro de la iglesia, los troparios se cantan nuevamente, y la profecía de Ezequiel acerca de los “huesos secos” Israel es recitada con gran solemnidad:
Y sabréis que yo soy el Señor, cuando abriere vuestros sepulcros, y os sacare de vuestras sepulturas, pueblo mío. (Ezequiel 37:1-14)
Con los versos de victoria de los salmos llamando a Dios a levantarse, a levantar sus manos, a esparcir a sus enemigos y a que se regocijen los justos; y con el canto continuo del Aleluya, la Epistola del Apóstol San Pablo a los Corintios es leída: “Cristo nuestra pascua ha sido sacrificado por nosotros” (1 Corintios 5:6-8). El evangelio acerca del sellamiento de la tumba es leído una vez más, y el servicio termina con intercesiones y la bendición.
Después las Vísperas y los Maitines del Bendito Sabbat, junto con la Divina Liturgia que les sigue, forman una obra maestra de la tradición litúrgica ortodoxa. Estos servicios no son de ninguna manera una dramática recreación histórica de la muerte y el sepulcro de Cristo. Ni tampoco son un tipo de reproducción ritual de las escenas del Evangelio. Sino, más bien son, el adentramiento espiritual y litúrgico más profundo hacia el significado eterno de los eventos salvíficos de Cristo, vistos y alabados ya con el pleno conocimiento de su divino significado y poder.
La Iglesia no pretende, por decirlo así, que no conoce que es lo que pasará con Jesús crucificado. No sufre y se lamenta sobre el Señor como si la Iglesia misma no fuera la propia creación que fue producida de sus costados heridos y de las profundidades de su tumba. A través de todos los servicios la victoria de Cristo es contemplada y la resurrección es proclamada. Porque es en verdad que solo en la luz de la victoriosa resurrección que el más profundo divino y eterno significado de los eventos de la pasión y muerte de Cristo pueden ser genuinamente comprendidos, adecuadamente apreciados y propiamente glorificados y alabados.
En el Sábado Santo mismo, las Vísperas son celebradas con la Divina Liturgia de San Basilio Magno. Este servicio ya pertenece al Domingo de Pascua. Comienza de forma normal con el salmo vespertino, la letanía, los himnos que el siguen al Salmo 141 y la entrada con el canto del himno vespertino, Radiante Luz. El celebrante esta ante la tumba en la cual está colocado el epitafio con la imagen del Salvador en el sueño de muerte.
Siguiendo a la entrada vespertina que se realiza con el Evangeliario, y se leen quince lecturas del Antiguo Testamento, las cuales todas están relacionadas a la obra de creación y salvación de Dios que ha sido recapituladas y completadas por la llegada del Mesías anunciado. Junto a las lecturas en Génesis acerca de la creación, y la pascua-éxodo de los Israelitas en los días de Moisés en el Éxodo, hay selecciones de las profecías de Isaías, Ezequiel, Jeremías, Daniel, Sofonías, y Jonás así como de Josué y de los Libros de Reyes, los canticos de Moisés y de los tres infantes que se encuentran en Daniel son cantados también. Después de las lecturas del Antiguo Testamento el celebrante entona la acostumbrada exclamación litúrgica para el canto del Himno Trisagio, pero se canta en su lugar el verso bautismal de la Carta a los Gálatas: Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos (Gálatas 3:27). Como es usual en la Divina Liturgia sigue la lectura de la epístola. Que corresponde a la lectura bautismal de la Iglesia Ortodoxa (Romanos 6:3-11). Porque, si han sido hechos una misma cosa con El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección (Romanos 6:5)
En este momento las puertas reales se cierran, y los celebrantes y los servidores del altar cambian sus ornamentos oscuros de la pasión a ornamentos brillantes de la victoria de Cristo sobre la muerte. En este momento también todas las cubiertas de la iglesia son cambiadas a un color brillante que significa el triunfo de Cristo sobre el pecado, el mal y la muerte. Este revestimiento toma lugar mientras el pueblo canta los versos del Salmo 82:
Levántate oh Dios, juzga la tierra: porque tú heredarás en todas las naciones.
Después del canto solemne de los versos del salmo, a los cuales usualmente se les añade el himno que glorifica a Cristo como la Nueva Pascua, el Sacrificio Vivo que es asesinado, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; los celebrantes emergen del altar para anunciar sobre la tumba de Cristo las buenas nuevas de su triunfante victoria sobre la muerte y su mandamiento a los apóstoles: Por tanto id, enseñád a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mat 28:19-20). Este texto del Evangelio es leído también en la ceremonia del bautismo en la Iglesia Ortodoxa.
La Divina Liturgia continúa entonces con la brillantez de la destrucción de la muerte por Cristo. El siguiente himno remplaza al himno Querúbico:
Que toda carne mortal permanezca en silencio y en temor y estremecimiento, meditando nada mundano. Porque el Rey de Reyes y el Señor de Señores viene a ser asesinado, a entregarse a sí mismo como alimento para los fieles.
Ante el van las huestes angelicales: todos los principados y potestades, los querubines de múltiples ojos y los serafines de seis alas, que cubren su rostro, cantan el himno: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
En lugar del himno a la Madre de Dios, se canta de nuevo la oda novena del canon matinal:
No te lamentes por mí, Madre, al mirarme en la tumba, el hijo el cual diste a luz de una concepción sin simiente, porque Yo me levantaré y seré glorificado, y como Dios exaltaré incesantemente con gloria, a todos aquellos que con fe y amor te glorifiquen.
El himno de la comunión proviene del salmo: Y se despertó el Señor, como un dormido: y se levanto salvándonos (Psa 78:65)
La Divina Liturgia es completada en la comunión con él, quien yace muerto en su cuerpo humano, y aun así esta entronado eternamente con Dios Padre; el único, que como Creador y Vida del Mundo, destruye la muerte con vivificadora muerte. Su tumba – la cual esta en el centro de la iglesia – es mostrada, como la Liturgia la llama: como la fuente de nuestra resurrección
Originalmente está Liturgia era la Liturgia Pascual bautismal de los Cristianos. Y permanece hasta este día como la experiencia anual para cada cristiano de su propia muerte y resurrección en el Señor.
Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él: Ciertos que Cristo habiendo resucitado de los muertos, ya no muere: la muerte no se enseñoreará más de él. (Rom 6:8-9)
Cristo yace muerto, pero esta vivo. Él esta en la tumba, pero ya está “pisoteando la muerte por la muerte, y dando vida a los que estaban en las tumbas.” No hay nada más que hacer ahora que vivir la tarde del Bendito Sabbat en el que Cristo duerme. Esperando la medianoche en la cual el Día de nuestro Señor comenzará a amanecer sobre nosotros, y la noche llena de luz vendrá cuando proclamemos junto con el ángel:
“Él ha resucitado, él no está aquí; he aquí el lugar donde el pusieron” (Marcos 16:6)